De laboratorios a plataformas de lanzamiento

Ecosistemas Académicos de Emprendimiento
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Columna de opinión por Alexander Parrales Arango.

Los ecosistemas de emprendimiento e innovación de las Universidades juegan un rol clave en el nacimiento y propulsión de nuevas empresas basadas en avances científicos y desarrollos tecnológicos (Startups Deep Tech), pero el rol va más allá de propiciar la transferencia de resultados de investigación.

Impulsar a los estudiantes, claro que sí…

Uno de los primeros impulsos a los que se responde al hablar de emprendimiento en el ambiente universitario, es el de pretender que todos los estudiantes, especialmente los de pregrado, quieran “montar empresa”.

Invertimos buena cantidad de tiempo, energía y también dinero, en generar espacios de inspiración con empresarios invitados, de aprendizaje a través de charlas, talleres y bootcamps, y de networking con eventos de conexión entre los participantes.

Este combustible inicial se quema rápidamente y el hype del arranque, la novedad de lo nuevo, va dando paso a una tensa indiferencia. Vienen las preguntas de rigor: ¿Por qué la gente no volvió a los eventos? ¿Qué nos inventamos para que regresen? ¿Será que ya no les interesa?

Lo sé por experiencia propia, pasé por ahí, y lo peor, ¡varias veces! (Mis amigos Kenny Mauricio Gómez, Lina María Arbeláez Rendón y Kevin Paulo Barrero Sanabria lo pueden confirmar).


Impulsar a los profesores e investigadores, ¡aún más!

En el año 2015, cuando estaba a cargo de la unidad de emprendimiento de la Universidad Católica de Manizales, tuve la oportunidad junto a colegas de otras universidades, de viajar a Boston para conocer de cerca la forma en que aceleradoras como MassChallenge, coworking spaces como CIC (Cambridge Innovation Center) y unidades de transferencia de tecnología como el Northeastern University Center for Research Innovation (CRI), se entrelazaban para fomentar la creación y crecimiento de empresas, especialmente aquellas basadas en ciencia y tecnología.

Era algo que ya sabía, de hecho varios años antes en Santiago de Chile Marcelo Díaz Bowen en IncubaUC, la incubadora de empresas de base tecnológica de la Pontificia Universidad Católica de Chile, me había hablado del “efecto Ferrari“, ese mito del investigador universitario que un día había llegado al trabajo en un auto de lujo, gracias a que uno de los resultados de sus proyectos de investigación se había transformado en la base para un modelo de negocio exitoso, que ahora le pagaba muy buenas regalías.

Los investigadores y profesores universitarios no sólo tienen mucho más conocimientos, títulos y experiencias que los estudiantes de pregrado, sino que además tienen un vinculación mucho más directa y profunda con la Universidad para la que trabajan. Sus proyectos de investigación suelen ser financiados con dinero de la universidad, desarrollan sus actividades diarias en las aulas, laboratorios, salas de reunión y demás capacidades instaladas de la universidad, y en últimas la universidad les paga por desarrollar este tipo de actividades de generación de conocimiento.


Mucho más que eventos, es cuestión de Ecosistema

Y mucho más que una oficina o unidad de emprendimiento.

Generar un ambiente propicio para que estudiantes, y sobre todo, profesores e investigadores, busquen de manera intencionada generar nuevas empresas, ojalá basadas en el conocimiento con el que interactúan todos los días, es una tarea de alta complejidad, que toma tiempo en madurar y que genera grandes satisfacciones para toda la comunidad universitaria en el largo plazo.

Así como para el desarrollo de acciones que impulsen el crecimiento del emprendimiento en una región, lo ideal es enfrentar el reto con sentido de ecosistema, es decir, trabajando simultáneamente en cada área o dominio por separado y a la vez interconectando todos los puntos, al interior de las universidades también es posible modelar un ecosistema de emprendimiento e innovación que tenga en cuenta las particularidades de la academia.

Los ecosistemas de emprendimiento de las universidades responden a los dominios clásicos de la actividad académica, tal y como lo señala Candida Brush, profesora de Babson College:

  • Lo curricular, la docencia, las clases. Una secuencia de asignaturas que apuntan al desarrollo de competencias emprendedoras, acordes con la definición de emprendimiento y los objetivos que en este sentido haya fijado la universidad.
  • Lo extracurricular, las actividades paralelas. El juego de acciones que complementan la oferta curricular, para aquellos que quieren ir más allá, profundizando en temáticas, competencias y puntos de vista alrededor del emprendimiento, que no generan calificación o evaluación.
  • La investigación y la extensión, la generación y transferencia de conocimiento. Va en dos vías: La investigación que se realiza en las diferentes áreas de conocimiento de la Universidad, que genera resultados con potencial de transferencia tecnológica y difusión de conocimiento; y la investigación que se hace para reflexionar sobre el propio ejercicio emprendedor que realiza la universidad.

Estos dominios tradicionales son atravesados por cuatro dimensiones, que son las que le dan forma al ecosistema como una realidad particular de cada universidad:

  • Stakeholders, grupos de interés, poblaciones objetivo. Cada universidad responde a dinámicas propias, por su naturaleza como privada o pública, para dar respuesta a sus fundadores, y por los valores que la definen en el contexto de ecosistema regional en el que esté ubicada.
  • Recursos, tanto los financieros, como el talento humano y los elementos materiales. Es muy diferente la realidad que enfrentan universidades con presupuestos muy cortos o con pocas personas preparadas para el emprendimiento, que la vivencia de instituciones educativas con más ventajas en este sentido.
  • Infraestructura, elementos lógicos y físicos de base, habilitadores de todo lo demás. Lo que hace posible que las cosas pasen, como las políticas explícitas, las normativas y acuerdos, a la vez que las capacidades instaladas como laboratorios, centros de investigación, salones, auditorios y espacios de trabajo colaborativo.
  • Cultura, las normas y acuerdos implícitos, los principios, valores y creencias de la universidad. Todo aquello que no está escrito, pero que se vive, se siente e influencia la forma de actual de la universidad. Por más que las palabras emprendimiento, innovación y tecnología aparezcan en documentos oficiales, si no son aceptadas cultural y socialmente por las personas que componen la comunidad universitaria, va a ser muy difícil lograr buenos resultados.

Cuando conocí el concepto de ecosistema académico de emprendimiento e innovación, la verdad es que fui muy escéptico, sentía que no sabía por dónde debía arrancar, a la vez que tenía unas ganas enormes de darle forma a todas estas ideas.

Y decir que por mis propios medios logré darle respuesta a este reto, sería una enorme mentira, porque todo fue cuestión de ecosistema, de trabajo colaborativo, de coordinación de esfuerzos, de experimentar para entender qué funcionaba y de aceptar la ayuda de muchos. (Otro día le damos reconocimiento a todos)


Para profundizar sobre el concepto de ecosistema de emprendimiento para una región pueden leer este artículo de Judit Szakos y Nasib Jafarov, que tiene una revisión comparativa muy interesante de modelos de ecosistema.

Para ver un muy buen ejemplo de ecosistema académico de emprendimiento e innovación pueden leer la versión 2018 del documento base del ecosistema de la Universidad Católica de Manizales, del cuál yo hice la primera versión en el 2015, y que de forma magnífica Lina Marcela Florez Loaiza, actual Decana de la Facultad de Administración, actualizó y mejoró.

Me encanta conversar sobre estos temas, así que si desean profundizar no duden en enviarme un mensaje.

La versión original fue publicada en LinkedIn.

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